Revista
Cuando se habla de la cadena de valor de la alimentación hay una tendencia a centrarse en los extremos más visibles: en el sector primario y en la distribución. Olvidamos que entre la producción y la venta al consumidor final pasan muchas cosas. Una de ellas es el hecho crítico y fundamental del transporte. Todos los alimentos necesitan ser transportados. El transporte está presente desde el momento de la recolección del producto hasta su traslado a la industria transformadora o preparadora; desde esta, al supermercado; y, por último, desde el supermercado a las casas de los consumidores. En todos estos pasos, el transporte de los alimentos, para ser posible, necesita de envases. Envases son las cajas que llevan los productos frescos del campo al lineal; envases son las bolsas que el consumidor usa para transportar su cesta de la compra; envases son, en definitiva, todos aquellos recipientes que contienen los alimentos y que posibilitan su traslado de un lugar a otro.
El debate sobre los envases está vivo desde hace años y el esfuerzo de la totalidad de la cadena se centra en dos grandes cuestiones: reducir el uso de materiales (ecodiseño, ecopackaging…) e introducir nuevos materiales más fácilmente degradables, reciclables o reutilizables. En la distribución alimentaria tenemos dos grandes casos de éxito que se han llevado a cabo de manera voluntaria y exitosa. El primero fue la reducción hasta la práctica eliminación de bolsas de plástico de un solo uso en la línea de cajas -a través primero de su cobro y luego con la sustitución de las mismas por otros materiales- y el uso del pull de envases comerciales -las cajas que contienen productos frescos- que hacen el viaje del campo al lineal durante unos 5 años antes de ser recicladas. En este último aspecto, un tercio de los envases de transporte que se usan en nuestras empresas son reutilizables, mientras que el 77 por ciento de cualquier tipo de residuo -incluyendo envases- es valorizado.
En el marco de los esfuerzos -y de los objetivos contemplados en Real Decreto de Envases y Residuos de Envases y en el futuro Reglamento del mismo nombre - de reducir, reutilizar y reciclar materiales no podemos perder de vista lo que podemos denominar las “líneas rojas” de los envases. La principal e ineludible es la seguridad alimentaria. Los envases -ya sea en el transporte inicial, en la exposición en el lineal o en la casa del consumidor- protegen a los alimentos ante posibles contaminaciones. En referencia al Real Decreto, por eso es tan importante tener cuanto antes la lista de las frutas y verduras exceptuadas de ser presentadas sin envase. Se trata de aquellos productos que deberían exceptuarse por cumplir con determinadas características de durabilidad, fragilidad o contaminación.
Un ejemplo muy fácil de comprender son las frutas pequeñas y frágiles como las frambuesas o aquellas que pueden estropearse con el contacto con el medio ambiente, como el famoso caso del pepino holandés. Además, no hay que olvidar que, para transportar el granel hasta la casa, también necesitamos un envase, generalmente una bolsa reutilizable o compostable, y hay que tener cuidado con que no entre en contacto con otros alimentos o sustancias que puedan dañarlo o hacerlo inservible para el consumo. Por eso, en la normativa para utilizar en el supermercado recipientes del propio consumidor se especifica que éste pasa a ser responsable de los riesgos sanitarios que puedan producirse y se subraya que estos envases deben estar “debidamente higienizados”, según el criterio que marque el establecimiento.
“La descarbonización y la economía circular son dos objetivos irrenunciables, pero debemos alcanzarlos desde la aplicación de estudios rigurosos y plazos flexibles y procesos acordes con la tecnología disponible”
Además, desde un punto de vista medioambiental es adecuado considerar, además, el desperdicio alimentario que puede provocar un alimento que no esté convenientemente protegido. La lucha contra el desperdicio alimentario -recordamos que el mayor índice se da, precisamente, en la casa de los consumidores- es también un compromiso de toda la cadena por su impacto medioambiental y económico. El envase es, sin duda, un medio para combatirlo.
El envase, por último, es un elemento que facilita la vida en una sociedad como la nuestra, con poco tiempo para comprar, para cocinar, con poco espacio para almacenar nuestros propios envases de transporte o de almacenamiento… El envase proporciona los formatos adecuados para cada tipo de consumidor y, como ya se ha dicho, evita el deterioro y facilita el traslado hasta el hogar y su almacenamiento.
¿Significa todo esto la defensa de un cierto inmovilismo sobre cómo presentar los alimentos al consumidor? Nada más lejos de ello. La tecnología de materiales avanza a ritmos agigantados y se está logrando la introducción en la cadena de envases mejoras para los alimentos y para el medioambiente. La descarbonización y la economía circular son dos objetivos irrenunciables, pero debemos alcanzarlos desde la aplicación de estudios rigurosos y plazos flexibles y procesos acordes con la tecnología disponible. Sobre todo, para no poner en riesgo uno de los grandes logros de la cadena alimentaria en España, que es la seguridad alimentaria.