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El aumento de casos de creación y difusión de noticias falsas o distorsionadas es un fenómeno creciente en los últimos años. El ambiente de polarización y la utilización del miedo como instrumento de comunicación se ha hecho patente a raíz de la pandemia y sigue una senda in crescendo. En este contexto, apenas hay un foro de discusión en el que la desinformación no sea objeto de estudio y asistimos al nacimiento de nuevos medios dedicados a la verificación de noticias que aparecen en otros medios de comunicación.
En esta, vamos a llamarla, “tendencia”, la alimentación se sitúa, una vez más, como uno de los objetivos principales de la desinformación. El acto cotidiano de comprar alimentos, cocinarlos y consumirlos, así como su relación con nuestro bienestar y nuestra salud, hace que todo lo referente a la comida esté muy presente en la mente de los ciudadanos. Este hecho contribuye a crear un terreno abonado para que actores de todo tipo -influencers, medios de comunicación y organizaciones desde ONGs hasta partidos políticos- aprovechen el gran impacto social de este sector para crear o utilizar informaciones que respondan a sus fines. En unas ocasiones, estas noticias contribuyen a crear un debate legítimo y enriquecedor; en otras ocasiones, desgraciadamente, lo que fomentan es la desinformación y el miedo.
El uso mediático del miedo se utiliza con una soltura que sorprende y que encuentra en las redes sociales y en algunos medios de comunicación un altavoz muy atractivo a la hora generar tráfico o audiencia: lo que podemos llamar el “maldito clickbait”. En el marco de la seguridad alimentaria, las palabras clave alerta o alarma + supermercado acompañadas de cualquier información, por irrelevante que esta sea, están entre las preferidas por los creadores de fake news.
En un plano algo más sofisticado, en los últimos meses se está produciendo una escalada de un tipo de informaciones que han intentado migrar desde la defensa de objetivos como el bienestar animal o la producción nacional frente a las importaciones de productos agrarios, a la puesta en duda nada menos que de la seguridad alimentaria de los productos que consumimos. Esto genera alarma entre los consumidores, desconfianza en el sistema de control y, de paso, tráfico mediático y económico hacia las organizaciones que generan este tipo de desinformaciones.
“Es importante que, desde los sectores, realicemos también un ejercicio de autocrítica y que perdamos el miedo a desmentir, a explicar y a prevenir campañas dañinas”
Podemos poner algunos ejemplos recientes de alarma injustificada y de utilización interesada y sesgada de información: la detención de una partida de fresas procedentes de Marruecos con Hepatitis A que no llegó a traspasar nuestras fronteras; la retirada sin contraste con el producto de un lote de chocolate por el hallazgo de un supuesto “resto de plástico”; o la difusión de un informe sobre carne de pollo que lo único que había detectado son las bacterias habituales presentes en este tipo de carne. Estos casos son solo la punta del iceberg de bastantes informaciones que minan la confianza en lo que comemos, en el conjunto de la cadena agroalimentaria y crean crisis de consumo injustificadas.
El “modus operandi” de estos casos se resume en el uso de datos científicos o supuestamente científicos, pero siempre sesgados o, como mínimo, poco explicados y en el ataque a una marca, a un producto o a un sector con alcance mediático. Mismo comportamiento, por cierto, que presentan los aficionados al mito de “David contra Goliat”, que tanto utilizan algunos representantes de una parte, afortunadamente minoritaria, del sector agrario.
Y, cuando en los debates sobre desinformación se llega a las conclusiones, siempre surge la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer frente a este fenómeno? El consenso suele ser amplio: es imprescindible contar con fuentes oficiales que expliquen y desmientan las noticias falsas (en el caso de la seguridad alimentaria, tenemos la suerte que tener a organismos muy sólidos como la AESAN, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, o la EFSA, European Food Safety Authority); es importante que los científicos salgan de sus laboratorios y de sus aulas para hablar también en las redes sociales y en los medios de comunicación y arroja luz sobre las cuestiones técnicas; y, por último, necesitamos medios de comunicación sólidos, conocedores de los sectores y que no necesiten “ser verificados” porque siguen los mandatos del periodismo tradicional y no los del “clickbait”.
Finalmente, es importante que, desde los sectores, realicemos también un ejercicio de autocrítica y que perdamos el miedo a desmentir, a explicar y a prevenir campañas dañinas. En ocasiones, el temor a “engordar la bola”, siguiendo el tópico de que una crisis dura entre 48 y 72 horas, puede tener el efecto de dar credibilidad a la desinformación en el medio y largo plazo. Y esto nos puede hacer perder una batalla en la que lo único que debe vencer es la verdad, aunque éste sea hoy un término con un cierto aire romántico. La verdad es en lo que se debe basar la confianza de los consumidores, que es algo que no nos podemos arriesgar a perder nunca, porque nuestro trabajo dejaría de tener sentido.