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El segundo mandato de Donald Trump ha dejado una huella profunda en las relaciones transatlánticas, y el sector agroalimentario europeo no es la excepción. La adopción de una política proteccionista y transaccional ha generado un escenario de incertidumbre, en el que productores y exportadores se ven obligados a replantear sus estrategias en un entorno global cada vez más volátil.
Desde el inicio de este nuevo mandato, la retórica de Trump se ha centrado en la defensa de los productores estadounidenses, mientras se implementan medidas que incluyen la imposición de aranceles recíprocos y ajustes en la política comercial. Esto ha elevado el riesgo de tensiones y potenciales guerras arancelarias, afectando de manera directa las exportaciones agroalimentarias. Por ejemplo, a pesar de la resiliencia mostrada –con un saldo positivo en la balanza comercial de España frente a Estados Unidos, que en 2024 alcanzó los 3.764 millones de euros en exportaciones, aumentando un 26,5% respecto al año anterior– se observa una creciente incertidumbre ante la posibilidad de nuevos aranceles que puedan perjudicar sectores estratégicos.
Uno de los elementos más impactantes es la utilización de los aranceles como herramienta de negociación. En 2018, se impusieron aranceles sobre productos europeos por un valor aproximado de 7.000 millones de euros, afectando a 113 productos del sector agroalimentario español, en algunos casos aplicando aranceles de hasta un 35%. Esta estrategia ya tuvo consecuencias notables, como la pérdida del 80% de cuota de mercado del aceite de oliva español en Estados Unidos, facilitando que países como Marruecos y Turquía ganen terreno.
En las últimas semanas, Trump ha vuelto a ser el sujeto principal en la agenda global del sector. Su última amenaza, la imposición de aranceles del 200% al vino, champán y bebidas alcohólicas europeas en respuesta a las contramedidas europeas al bourbon norteamericano –derivadas de las nuevas tasas sobre las importaciones de acero y aluminio europeos–, evidencia de una escalada en esta guerra comercial que intensifica la incertidumbre sobre el futuro del comercio transatlántico.
“Es imperativo que Europa diversifique sus relaciones comerciales, fortalezca su autonomía estratégica y aproveche la oportunidad para liderar en sostenibilidad y calidad”
Sin embargo, la experiencia en los conflictos ya en desarrollo, como la guerra comercial con Canadá y México, y las constantes prórrogas a los aranceles, refuerzan la idea de que este mecanismo del comercio internacional pasa más por ser una medida de negociación (o extorsión, según se mire) que una medida destinada a reconfigurar las reglas del juego en las tablero comercial global.
La presión sobre las normas y barreras regulatorias constituye otro aspecto determinante. Mientras Trump impulsa la desregulación y presiona para que la UE flexibilice sus estrictos estándares sanitarios y fitosanitarios, la diferencia en regulaciones se convierte en un arma de doble filo. Por un lado, supone un reto para la entrada de productos agrícolas en el mercado europeo; por otro, otorga a los productos europeos –especialmente carnes y lácteos– una ventaja competitiva en mercados donde se valora la calidad, la seguridad y la sostenibilidad.
Simultáneamente, la divergencia en políticas medioambientales es notable. En un contexto en el que la UE avanza con su Pacto Verde Europeo y el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM), Trump busca flexibilizar las restricciones ambientales para impulsar la producción en Estados Unidos. Esta disparidad crea un dilema: ¿deberá la UE avanzar en sostenibilidad asumiendo mayores costos o proteger su competitividad? Aquí radica una oportunidad para que el sector agroalimentario europeo se consolide como líder en sostenibilidad, especialmente en mercados emergentes como Japón, Corea del Sur y algunos países nórdicos, donde la responsabilidad ambiental es un valor añadido.
Las medidas proteccionistas tienen un efecto dominó en toda la cadena de suministro. No solo los productores, sino también las empresas de logística y distribución, deben enfrentar la volatilidad generada por posibles nuevos aranceles y barreras comerciales. Un claro ejemplo es el sector de las aceitunas de mesa, que ha sufrido una reducción del 70% en sus exportaciones a Estados Unidos tras la imposición de aranceles, pese a que la OMC declaró en 2021 la ilegalidad de dichos aranceles.
Ante esta situación, es imprescindible que las empresas desarrollen planes de contingencia para fortalecer la resiliencia de sus cadenas de suministro, mediante alianzas estratégicas en el mercado europeo y la exploración de mercados alternativos en Asia y América Latina.
El análisis también destaca los retos y oportunidades en áreas productivas específicas. Por ejemplo, el sector cárnico –con productos de alta calidad como el jamón ibérico, el cordero y el ganado vacuno– podría enfrentarse a nuevos aranceles en Estados Unidos, pero también contar con la posibilidad de capitalizar diferencias en normativas en mercados alternativos donde se valora la trazabilidad y la ética en la producción.
En paralelo, la incertidumbre se intensifica ante la posibilidad de que la Unión Europea aplique medidas de retorsión. La Comisión Europea ha reiterado su compromiso con un sistema comercial global abierto y predecible, como se refleja en la “Declaración sobre la política arancelaria recíproca de EE.UU.”, publicada el pasado mes de febrero. En ese comunicado, el Ejecutivo comunitario advirtió que está dispuesto a “reaccionar de forma inmediata y con firmeza frente a obstáculos injustificados al comercio libre y justo”. Este escenario recuerda la guerra comercial de la primera Administración Trump, cuando la imposición de aranceles ilegales por parte del Gobierno estadounidense llevó a la intervención de la OMC en el sector primario europeo, especialmente en el español.
Un claro ejemplo es el de las habas de soja, cuyo valor de importaciones ha experimentado un notable incremento, alcanzando +310 millones de euros según datos de la Subdirección General de Análisis, Coordinación y Estadística. Estos productos, fundamentales en la cadena agroalimentaria, podrían verse afectados por la aplicación de aranceles recíprocos equivalentes a los impuestos iniciales. Además, el 2 de abril podría marcar un punto de inflexión en España y en Europa: hasta ahora, el sector agroalimentario español y europeo no ha sufrido directamente los efectos de los aranceles de Trump, viéndose su impacto en mercados como el canadiense, el chino y el mexicano. Sin embargo, según lo anunciado por el presidente de Estados Unidos, a partir de esa fecha se activarán aranceles recíprocos y tarifas sobre productos agrícolas, lo que supondrá un impacto real en nuestra industria. En respuesta, la UE se ha comprometido a actuar de forma coordinada, habiendo ya adelantado contramedidas valoradas en hasta 26.000 millones de euros para proteger la competitividad del sector, especialmente en productos de alto valor añadido.
El regreso de Trump y su postura proteccionista han encendido el debate en Europa sobre la necesidad de fortalecer la autonomía estratégica. La Declaración de Budapest sobre el Nuevo Acuerdo de Competitividad Europea sitúa a la agricultura y la alimentación en el centro de la agenda, enfatizando una agricultura sostenible, resiliente y competitiva. Se subraya la importancia de contar con financiación para el futuro, apoyada tanto por fondos públicos como privados, y se hace un llamado urgente a la acción para adaptar el sector a los desafíos globales.
“El futuro del sector agroalimentario dependerá, en gran medida, de la capacidad de las empresas y de la UE para innovar y responder de forma coordinada ante estos desafíos internacionales”
Este contexto obliga a repensar el modelo comercial de la UE, promoviendo una estrategia de autosuficiencia y seguridad alimentaria que reduzca la dependencia de socios externos y garantice la estabilidad de la producción interna. Para países como España, cuya balanza comercial agroalimentaria es fundamental para la economía, esta estrategia resulta especialmente crucial.
La política "America First" de Trump ha transformado el entorno global, obligando al sector agroalimentario europeo a adaptarse a un escenario marcado por la incertidumbre, la amenaza de nuevos aranceles y la posibilidad de medidas de retorsión de la UE. Si bien se han logrado resultados positivos en ciertos aspectos –como el incremento de exportaciones y la resiliencia demostrada por sectores estratégicos– el reto es mayor. Es imperativo que Europa diversifique sus relaciones comerciales, fortalezca su autonomía estratégica y aproveche la oportunidad para liderar en sostenibilidad y calidad.
El futuro del sector agroalimentario dependerá, en gran medida, de la capacidad de las empresas y de la UE para innovar y responder de forma coordinada ante estos desafíos internacionales. Solo así se podrá garantizar la competitividad y la estabilidad de uno de los sectores más importantes de la economía española y europea.