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Cada año se pierden o desperdician más de dos mil millones de toneladas de alimentos a nivel global (entre un 30 y 40% del total de alimento global), al tiempo que 800 millones de personas, una de cada nueve en el mundo, sufren de hambre. Unas cifras alarmantes que en el contexto actual de post-pandemia, crisis climática y los efectos colaterales de la guerra en Ucrania que han afectado a la seguridad alimentaria y agudizado la inflación, amenazan con agravarse aún más. Este volumen de alimentos desperdiciados podría reducirse entre un 50 y 70% si se actúa sobre la cadena de valor alimentaria, según un análisis de McKinsey & Company.
Según el estudio, la mitad de las pérdidas globales de alimentos ocurren durante o justo después de la cosecha y tienen un coste estimado en 600 mil millones de dólares. A esto se suma el impacto ambiental, ya que una cuarta parte del suministro mundial de agua dulce y un 8% del total de las emisiones de gas de efecto invernadero están vinculadas a la producción de alimentos que acaban perdiéndose.
“Reducir el desperdicio global de alimentos y optimizar el uso de la tierra para la producción de alimentos y biomasa es una de las palancas de la transformación que permitiría una mejora de la resiliencia del sistema agroalimentario”, ha señalado Ignacio Marcos, socio senior de McKinsey & Company. “Con nuevas estrategias de abastecimiento e impulso de la innovación, mejoras en la gestión de la cadena de suministro y la implementación de modelos circulares para reducir los deshechos de alimentos, se obtendrían grandes beneficios en términos de una mejor gestión alimentaria con impacto social, económico y medioambiental”, añade.
En este sentido, el estudio de McKinsey ha analizado las principales ineficiencias en la cadena de valor de los alimentos y su impacto ambiental planteando medidas que ayudarían a convertir el actual desperdicio alimentario en una oportunidad para mejorar la sostenibilidad del sistema agroalimentario.
Ignacio Marcos: “Reducir el desperdicio global de alimentos y optimizar el uso de la tierra para la producción de alimentos y biomasa es una de las palancas de la transformación que permitiría una mejora de la resiliencia del sistema agroalimentario”
Asimismo, entre las medidas que se proponen está una mayor apuesta por la innovación y optimización de procesos impulsando modelos circulares y usos alternativos, la optimización de procesos de abastecimiento y sistema comercial, la excelencia operacional y mejora de la gestión de infraestructuras y supply chain, y, por último, mejoras en la planificación de la demanda.
El informe calcula, además, el posible impacto económico y ambiental que podría suponer la transformación. Concretamente, si se impulsara la sostenibilidad a lo largo de la cadena de valor se rebajarían las emisiones de CO2 y los costes asociados a la huella de carbono entre un 4 y 9% con una mejora simultánea sobre las emisiones de alcance 3. El análisis apunta también que los retailers podrían reducir el coste de los bienes vendidos entre un 3 y 6%, mientras que los fabricantes podrían ver disminuido ese coste entre un 5 y 10%.
Adicionalmente, la reducción hasta 70% de los desperdicios, ayudaría a capturar 80.000 millones de dólares para el desarrollo de nuevos negocios a partir de los alimentos que de otra manera se perderían. “Si se apuesta por inversiones en términos de oferta como a nivel del modelo operativo, los beneficios son evidentes”, ha explicado Ignacio Marcos. “En este proceso es clave facilitar la información de la oferta y la demanda, establecer incentivos a la eficiencia de agricultores y proveedores con menor huella de carbono y ajustar las especificaciones de consumo sin comprometer la seguridad alimentaria”.
El análisis utiliza como muestra el desperdicio los tomates por ser de los alimentos que más pérdidas sufren: entre 50 y 75 millones de toneladas de producto al año. Al analizar su cadena de valor, los expertos señalan que dos tercios del desperdicio en la cosecha son comestibles y podrían redirigirse de manera segura al consumo humano, destinando el tercio restante a usos alternativos. Esto supondría un ahorro de 40 millones de toneladas de tomate cada año y la reducción del 60-80% de sus emisiones de CO2.
El informe insta también al impulso de una mayor concienciación pública que impulsará a todos los actores implicados, desde los fabricantes, retailers hasta los agricultores, a tomar medidas. Si se logra cambiar la óptica de que el desperdicio y la pérdida de alimentos son evitables en gran medida, antes podrán reducir los costes de la producción y desarrollar nuevas fuentes de ingresos a partir de alimentos no comercializables.